miércoles, 13 de junio de 2007

Tantas lunas enteras

A esta hora, amor mío, me sacarán las uñas
y no podré escribirte

Fernando Cazón Vera

Eres el sueño hecho carne, una ternura que a tus maneras alimentas la noche con tu silencio y con tu frío. La música que engendra tu boca se columpia como niños bajo el cielo e invocan a la Luna a perpetuar su luz de nácar sobre el luto de un vestigio: mi fiebre por ti. Es místico tu pelo como una algaraza religiosa. A veces pienso que no existes, pues Dios y los ángeles van de la mano. Tienes la piel nueva de los enamorados. Nutres mi sangre con el calor de tu imagen cuando cruzas la calle con tu sombra perfecta. Me quitas el sueño en las crudas madrugadas y las sustituyes de resplandores flamantes. Yo sé que el cielo y tú se invierten y me amparas desde tu soberanía, y me tienes paseando nimbos. Me entrañas en tu cuerpo y me sirvo de tus alimentos como un órgano más para producir tu cuerpo. Estoy esperando que me pidas hablarte en la lengua de tu ciencia para poder así ejercer la potestad de los sabios, y reconocernos como dos locos que meditan en un sillón estropeado, frente no al mar, sino a una fotografía tuya. Quisiera quemarme la boca con tu boca, como ese ron que me bebí a solas en mi habitación con una música de Song en el rincón, la noche que me dijiste, como si fuera poca cosa: estas confundido. Ahora, si te propusieras, me encontrarías errante en la más grande miseria, desterrado, luego de haber sido despojado de tu patria como una malaventura hecho hombre, de tu territorio tan vasto, donde nunca se pone el sol. Por lo pronto, estoy próximo al amanecer azulenco que en mi balcón, sin ti, parece una viuda enarcada. Después de tantas lunas espero poder conciliar con tu silencio tan doloroso. Eran tantas las lunas esperando poder volver a mirarte a los ojos azabaches, y tu pelo que te figurabas híspido, inquieto, desordenado, sin concierto, me da la frescura de un algodonero cuando creo caer muerto de miedo cuando estoy junto a ti, o también cuando te pienso y te creo dibujar en el aire como dibuja un invidente las formas generosas y suaves de una mujer. Después de tantas lunas nacaradas, estoy esperando por fin encontrarte y enterrar mi miedo bajo mi voz, para decirte que no hay Luna más nevada que la que cristaliza las sombras con sus tactos elevados en mi noche más negra que un sepulcro.

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